martes, 30 de julio de 2013

La insoportable levedad del ser


Ha sido una semana dura. El accidente de tren en las proximidades de Santiago es de los que remueven el alma y te recuerdan lo delgada que es a veces la línea que separa la vida de la muerte. Esta, como muchas de las catástrofes de hoy en día, son narradas en tiempo real y con cierta ligereza en la depuración de imágenes; y nuestra natural curiosidad hace que no podamos alejar la mirada de todo cuanto nos muestran cadenas compitiendo por enseñar más que nadie.

En mi caso, como el de muchos madrileños, nos ha traído recuerdos y sobre todo sensaciones imposibles de borrar, pues andan mal aparcadas en doble fila en el hipocampo, de lo que fue el 11M. Si es verdad que los matices entre un accidente y un atentado son distintas, no creo que  los miles de ¿Por qué?  que los familiares o heridos graves se auto interrogarán durante muchísimo tiempo tengan una entonación diferente. Pero entiendo lo que se ha vivido en Santiago esta semana porque es imposible eliminar las sensaciones que vivimos en Madrid en marzo de 2004. Recuerdo como si fuera ayer, cuando yendo en el coche hacia la oficina con mi mujer, que ese día me llevaba,  la radio nos iba desgajando por capítulos lo que de verdad había pasado en varias estaciones de la línea C-2 de cercanías. En un atasco monumental, con el semblante hundido y con un "no puede ser" como única conversación repetida entre nosotros decidimos variar nuestro rumbo hacia la Paz en un intento de donar sangre que hoy no repetiría, no por no donar que ya buscaría donde, sino porque mi experiencia acumulada me dice que hay que liberar las calles para que las ambulancias pasen, con lo que saldría en dirección opuesta. 

De todas esas sensaciones, la que tengo más grabada es la de un silencio desgarrador. Ni votando ese fin de semana con los colegios electorales llenos se oía un alma, ni en los atascos de la semana siguiente donde ni una bocina de un desesperado se escapaba al aire, ni en la oficina, donde la pausa del café perdió su pequeña tertulia cotidiana. El grito del silencio es aterrador.

Pero hay un dato, cruel coincidencia que me duele recordar: setenta y nueve muertos en el tren desbocado, setenta y nueve familias destrozadas, amigos abatidos y mas de cien heridos. Setenta y nueve. En el año 2012, récord absoluto de baja siniestralidad en carretera, con la quinta parte de fallecidos que en 1990 o la tercera que en los años 2000, 2001 o 2002, el mes que menos personas fallecieron fue en noviembre con setenta y nueve. Setenta y nueve familias destrozadas, amigos abatidos y más de cien heridos. 1304 en el total del año, 6 trenes llenos sin supervivientes, menos eso si, que los 29 trenes de 1990. Pero la diferencia de estos es que ya nos son noticia, ya no se transmiten porque no hay imágenes macabras y en directo que enseñar, solo amasijos de hierros, pero sin sangre aún caliente. Ya no es un maquinista despistado o un fallo en el protocolo, es un imprudente, un borracho o un chaval empastillado en una curva que repite de nuevo. Qué más da. no es novedad, solo importa si el causante es Farruquito u Ortega Cano, que eso si que vende. Setenta y nueve muertos, un poco mas que los del setenta y cinco del Yak42 y algo más de la mitad de los 154 que murieron en el accidente de Spanair, Pero uno fue muy lejos y del otro solo se veía el humo.

Quedémonos con lo bueno, que es la reacción de las personas ante la desgracia. Aprendamos de lo ocurrido para evitarlo en el futuro. Portémonos al volante y eduquemos a nuestros hijos para que sepan lo mucho que tienen que perder en un arrebato de juventud desmedida, Y sigamos viviendo sin recordar de nuevo la insoportable levedad del ser.


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