jueves, 25 de julio de 2013

El amigo inmerecido



Hace algunos días escuché a un imbécil, en medio de una discusión con otro, decirle "tu no tienes amigos". No se si será cierto o no, seguro que no, pero si tengo claro que al que lo dijo le puedo llamar imbécil, que le va a costar tener amigos en el futuro porque no sabe la trascendencia de lo que dice, que tiene muy poca educación y seguramente ninguna razón en lo que discutía, porque recurrió a temas personales al acabar sus argumentos . La única excusa es que era relativamente joven como para saber lo que decía, pero tenía bastante más de diez años, que es la edad límite a la que se puede permitir a alguien tonterías tan grandes sin decirle !pero tu de que vas!. Eso si, debo agradecerle este artículo porque me hizo pensar sobre ello 

Lo que uno intuye de la amistad cambia con los años: no percibes lo mismo de ella con diez, treinta o cincuenta años, y por supuesto no la valoras igual. Pasa con todo en realidad, pero la amistad con los años va adquiriendo valores y formas que influyen constantemente en su definición y en el que algún avatar de la vida puede variarla notablemente. A los 10 cualquier cosa de proporciones parecidas a las tuyas y que se mueva es una oportunidad de amistad. A los 20 has definido varios grupos que van a ser la base de tus mejores amigos, pues son los que haces en un entorno de estudio que facilita pasar tiempo juntos y disfrutando. A los 30 estás en plenitud: grupos en el trabajo, en el deporte, antiguos compañeros. los incorporados con tu pareja.. ; que difícil cuadrar la agenda para tanta boda. A los 40 ya has pasado la depuradora y sabes quien es tu amigo para una copa y quien para algo más. Pierdes algunos buenos porque los caminos se alejan y pierdes muchos malos porque te das cuenta de que no estaban bien cimentadas las bases. No es que desaparezcan, es que cambian de categoría y pasan a simplemente conocidos. Hay otras pérdidas más tristes que son aquellas que rompe el interés, el poderoso caballero don dinero y las envidias malsanas. Pero a estas no hay que llorarlas, porque una amistad de verdad hubiera superado estas pruebas de verificación.

A los 50, donde empiezo a encontrarme son los que son. Ya no es cuestión de número, si no de calidad. Y son aquellos, aquellas con los que estar un rato o algo más te deja un sabor especial, porque a esta edad la amistad sabe y huele bien, tiene cuerpo y se siente. Y es un aroma que perdura y que te invade en muchos momentos aún en la lejanía del amigo. Les mando un beso; ellos, ellas saben quienes son.

Pero hoy al escribir no estaba pensando en ellos. Estaba pensando en uno en particular. En mi amigo secreto, mi amigo inmerecido. Secreto porque muy poca gente sabe que existe y el que lo sabe no se imagina que es mi gran amigo. Ya llevamos 22 años viéndonos, sentados en una mesa, en escuadra, no enfrente, siempre solos. No dejamos que nadie invada ni contamine nuestras conversaciones, no nos seguimos en las redes sociales, no nos mandamos correos, no vamos al fútbol, no hemos tomado nunca una copa juntos. Sólo hablamos. Y nos entendemos como hermanos gemelos aun siendo tan diferentes.

Y sobre todo es inmerecido. Casi todas las amistades han sido alimentadas por dosis iguales entre ambas partes. Pero él llegó en un momento delicado de mi vida, se puso por delante de mis amigos de entonces para ayudarme, y no ha dejado de llamarme al menos una vez al mes estos 22 años incluso cuando nuestras vidas nos llevaron a vivir en distintos continentes durante algunos años. Su "como estas?" no es una frase de cortesía, y ya sabe con mi tono de "bien" ,que siempre uso, si es verdad o no. Te da consejos sin dártelos, deslizando la solución con ejemplos siempre oportunos, y su serenidad desmedida es el punto de inflexión que necesito en una vida que siempre me complico con un ritmo de locos. Y nunca ha pedido nada a cambio.

No se que vio en mi, algo será, me da igual, la verdad. Me preocupaba más que el pensara que siempre tenía que dar el primer paso. Mas ahora sé que no le importa, que está por encima de eso. Nunca le he dicho lo importante que es y ha sido en mi vida, pero odia que le quiera premiar con palabras, su gesto se tuerce hasta reflejar incomodidad. Lo mejor es que sé que esta amistad perdurará el resto de mi vida

Espero que ustedes tengan alguien así. Es tan reconfortante...

Por cierto, me matará por hacerlo público, pero es mi homenaje a él y mi deber con los pocos que me leen, Mi amigo inmerecido se llama Antonio Guardiola Prieto. Si lo conocen o se lo encuentran no se lo digan por favor, él no va a leer mi blog: no tengo nada que contar que el ya no sepa.

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