martes, 6 de agosto de 2013

La princesa de Salta



Martina es una niña especial pues conserva con diez años sus aspiraciones a princesa. En el mundo que llamamos desarrollado parece hasta normal, pero donde vive Martina y con la vida que ha llevado es hasta milagroso. La inocencia de los niños tiene muchas formas de morir, y mientras algunos tenemos la suerte de ver como nuestros hijos la pierden con la pubertad avanzada, en la mayoría de los casos es el hambre, la violencia o la desesperación las que inundan de realidad la hasta entonces programada infancia de un cerebro que necesita mucho aprendizaje, pero que ante todo se aplica a la subsistencia.

Pero la verdadera protagonista de esta historia es Mónica, su madre, pues a sus casi ya treinta tiene memorias que contar. Mónica es el resultado en el que la mezcla de razas encuentra el punto perfecto de intersección. Descendiente de mil aborígenes del pueblo de los Salta que son los que dieron el nombre a la ciudad y de mil descendientes de hispanos, llegados allí para vivir entre el dominio y la riqueza que alguien les prometió, sacó de cada uno de ellos su punto más hermoso hasta configurar a la hembra en la que Nietzsche estaba pensando cuando describió por primera vez el término Apolíneo en su obra "El origen de la tragedia". 

Pero la belleza en muchos sitios, por no decir en todos, no es el don innato de agradar y atraer a tus congéneres por la perfección y la armonía, sino el castigo a ser sometida al deseo de personas que, obsesionadas por poseer lo que su vista les dicta, se abandonan a sus instintos más básicos para conseguirlo rápidamente y sin molestarse en ganárselo en una relación basada en el respeto y la igualdad. Pero, por lo que hoy sé, parece que Mónica lo tenía asumido desde que en su adolescencia descubrió el poder hipnótico que producía en los hombres. Ante la desesperanza de poder mejorar por sus otros valores en un entorno familiar muy humilde y en una ciudad donde si no llevas uno de los apellidos de las familias que la gobiernan no podrás avanzar, se puso en manos de hechiceros del bisturí y se colocó implantes que, aun destruyendo su equilibrio natural, se adecuaban a lo que la moda de los cazadores de cuerpos del momento gustaban de buscar. Implantes de mala calidad pero muy bien puestos debido a la enorme práctica de estos matasanos en aquellos lares, donde las jóvenes son capaces de dejar de comer durante meses a cambio de no sólo de contradecir a la interacción de la gravedad, sino de ser el escaparate en el que los ricos se han de fijar . Implantes que significaron la cremación de los auténticos valores de esta chica, que se pueden ver todavía entre las cenizas y que no puedo escribirlos porque esta no es la forma en que ella debe enterarse.

Pues bien, como ni esto es una biografía, ni la vida un guión predecible, les resumo lo que aconteció, que es por cierto, lo que suele pasar en estos casos: A Mónica se le acercó un chico bien, de aparente buena posición, más por ser chileno y no tener que demostrar las posesiones a la vista que por tenerlas, embarazándola a la primera de cambio de una niña, Martina, para ella princesa y para el una responsabilidad imposible de aceptar, por lo que del paritorio se fue directo al aeropuerto Martín Miguel de Güemes y de alli a su Chile natal donde sigue a lo suyo. Igual que Mónica que diez años después sigue buscando a un príncipe con cartera que compre su felicidad sin saber que no tiene precio y aguantando, como si fuera normal, a viejos déspotas con fortuna mal ganada, que solo buscan en una mujer lo que los pobres pueden encontrar en una muñeca hinchable, y que cuando han vaciado su ansiedad a base de poseer y golpear ese cuerpo todavía joven que consideran en propiedad por lo pagado, vuelven a sus casas presumiendo de sus virtudes teologales, fe, esperanza y caridad y las cardinales, justicia, prudencia, fortaleza y templanza.

Y mientras tanto, la princesa Martina de Salta, con un sexto sentido que la aleja de la realidad, se va al cuarto de al lado y dibuja en un trozo de papel reciclado un mundo ideal de amor y colores en la que ella no es el estorbo ni la excusa para que los amantes de su madre la abandonen cuando ya están saciados, sino la futura reina por el rey amada por su belleza y bondad. 

Que Dios cambie tu destino princesa, y que descubras que la verdadera corona no es de metales y joyas preciosas, sino de amor y respeto. De ese amor que San Pablo definió en la primera carta a los Corintios y que no hace falta ser religioso para entender:

El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca.



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