lunes, 4 de noviembre de 2013

La oportunidad perdida


A lo largo de nuestra vida se van sucediendo situaciones, que ya sea porque no les damos importancia, o porque no suponen un problema, se quedan en el olvido. La mayoría de ellas se diluye en el tiempo porque apenas ocuparon un pequeño espacio en el córtex temporal y sólo algunas que llegaron hasta el hipocampo, por ser raras o repetitivas, podrán llegar a ser rememoradas en un futuro ante una situación o imagen que nos evoque ese recuerdo. Por desgracia nuestro cerebro está más empeñado en hacernos recordar situaciones complicadas o traumáticas que las de placer, y estas a su vez más que las “normales”. Es de lógica que el cerebro no quiera que las situaciones traumáticas vuelvan a suceder y por eso las graba. Pero y las buenas? Y sobre todo, y las normales?

Yo sé que he desperdiciado, como todos, cientos de esas situaciones que, por falta de análisis, o más bien, por falta de preguntarme el porqué de las cosas, no se han convertido en oportunidades. Sé también que de la mayoría ni me acordaré, pero como ejemplo les voy a poner una que si recuerdo de mi más tierna infancia y a continuación les explicaré como descubrí que fue una oportunidad perdida:

Como ya saben los lectores más habituales de mi blog, soy uno de los diez vástagos que mis padres, en un alarde de fertilidad muy de aquella época no exento de masoquismo, decidieron tener, educar y mantener. O al menos mi padre, porque a las madres de entonces no se las preguntaba. El nacimiento de los mellizos, yo entre ellos, elevó el número de críos a 8 teniendo la mayor 11 años recién cumplidos, y eso motivó que, aparte de orden y sacrificio, se necesitara la ayuda de una persona que colaborara en la crianza de la prole. En esos tiempos, en pleno éxodo rural hacia las ciudades, tener ayuda era una posibilidad bastante asequible. 

En  mi casa hubo dos dignas de mención, Adora, que apareció en una estación de autobús con mucho hambre y sin dinero ni para volver al pueblo, y que pasó el resto de su vida comiendo sin incrementar lo más mínimo su diminuto cuerpo para compensar sus carencias de infancia, y Ángeles, una fantástica y fornida hembra de Coria que era pura alegría, que cantaba que daba gloria y que era el refranero extremeño en persona. Ángeles, desde muy pequeños y hasta que empezó el colegio nos bajaba a mi hermana melliza Marta y a mí a la parte posterior de la casa, donde un gran patio de arena se convertía en un espacio de juegos que hoy sería la envidia de cualquier madre, por su inmensidad y por la seguridad de que no había forma de escapar de allí sin la intervención de un adulto. De todas formas, con Marta no había problemas, pues, o se bajaba alguna muñeca, o se dedicaba a escarbar en el suelo buscando ojos de cristal, que aparecían por doquier, ya que aquel patio fue en su día el solar de la primera fábrica de la muñeca Gisela, la gran competidora de la Mariquita Pérez en los corazones de nuestras madres.

Yo sin embargo siempre permanecía con Angeles, ya que, con paciencia infinita, me dejaba sentarme durante horas en sus piernas y recostarme contra ella sin rechistar. Nunca me preguntó por qué no iba a jugar, y supongo que era porque sabía la razón de mi tozudo comportamiento: la comodidad que me producía esa maravillosa amplitud de su cuerpo, ni blando ni duro, sino el mullido perfecto que se buscaba en los sillones de la época, y sobre todo, esos dos inmensos pechos que abrazaban mi cabeza dándome un confort y un calor digno de ser recibido por gran señor o monarca, y que, con la compañía de su voz melodiosa hacían de mí el ejemplo perfecto que habría que enseñar a los extranjeros para que entendiera nuestra “siesta” en su máximo esplendor.

Por desgracia todo lo bueno acaba y con el colegio se acabó lo bueno. Todo lo anterior explica lo poco que me gustaba al principio ir al colegio, como rememoraba hace poco cuando me encontré con Charo de la Vega, la directora del Baby Parking donde fui a parar. Me habló además de esa manía que por lo visto tenía de ir tocándole las tetas a todas las empleadas féminas de la guardería. Eso si – me explicaba – no apretando, sino empujando de abajo arriba y de fuera adentro para ver aparecer la curvatura de sus mamas por el escote de sus batas de trabajo. Tras mascullar un perdón muy tardío, más porque no sabía salir de la situación que por sentimiento de culpabilidad, me aclaró que no hubo queja por parte de ninguna de las afectadas y que de hecho, no paraban de cogerme en brazos. (Qué época!, cuanta pasión perdida, y que necesitadas las jóvenes atrapadas por la moralidad religiosa vigente entonces; como la los mozos, vamos).

Pero todo esto que les he contado tiene un fin y no es el que piensen que soy un obseso sexual, que con que lo sepa mi mujer me basta. Fue a principios de los 90 con la aparición de nuevos canales de televisión cuando aparecieron en horas nocturnas los programas de tele tienda, y fue visionando uno de ellos cuando descubrí mi gran oportunidad perdida: Anunciaban a bombo y platillo la famosísima y vendidísima en millones “Butterfly Pillows”, la almohada cervical que hizo multimillonario al listo depositario de la patente . Que vuelco de mi corazón cuando recordé en ese instante todas las tardes que pasé en una de ellas, eso sí, natural. Que decepción no haber buscado solución cuando me quedé sin ella y no haberla compartido con el mundo para que llenaran mis bolsillos agradeciéndome encima el genial invento.

Claro que después de la conversación con Charo tendría que sumar a mis decepciones no haber sido el creador del Wonderbra, pero bueno, vamos a dejarlo aquí.

Esta es una de mis oportunidades perdidas, pero  sepan que ustedes han perdido muchas también y a lo mejor ni lo saben. Y que de forma colectiva las perdemos cada día, alguna incomprensible: Todo lo que ha pasado en España con esa clase política mafiosa, corrupta, malversadora e interesada dirigida por adinerados empresarios y banqueros sin escrúpulos ni límites morales, y que ha ocasionado la pobreza de muchos incluida la perdida de los derechos más elementales como el de la vivienda o la comida caliente, o ese paro desgarrador de porcentajes prohibitivos que está matando la dignidad de muchos, o la ruina de nuestro tejido empresarial y la falta de esperanza de los jóvenes, no tiene respuesta.


El 15M fue un intento de los jóvenes que no fue apoyado por el resto, y que murió contaminado rápidamente por esos mismos políticos que saben que el fútbol, la tele y la manipulación de ese odio bipolar inherente a los españoles es arma suficiente para aplacar cualquier levantamiento. Y no sólo se lo cargaron, sino que la imagen para el recuerdo que nos queda es la de los okupas y violentos que se sumaron a la movilización y llenaron de mierda las plazas, y no la de una juventud preparada pero harta ante la falta de respeto y oportunidades. Y aquí seguimos los demás, como ovejitas complacidas sabiendo que, a falta de gobierno digno, de formación y honradez en nuestras instituciones, será la familia el instrumento que como siempre nos haga salir de esta crisis.Y por eso así nos va.

No levantarse ante el abuso,  ¡Eso sí que es una oportunidad perdida! 


No hay comentarios:

Publicar un comentario